Un hombre de lo más responsable para su trabajo y para quien pintar era su vida, “que se sacrificó, que se esmeró, que trabajó incansablemente por mejorar su obra”
Fuente: La Jornada de Oriente/ Paula Carrizosa
Así, fue la forma en que María Elena Bermúdez describió a su tío, Rufino Tamayo (Tlaxiaco, Oaxaca, 25 de agosto de 1899–Ciudad de México, 24 de junio de 1991), pintor, filántropo e impulsor de la cultura en México de quien, en el marco de su 25 aniversario luctuoso, se exhibe en Puebla otra de sus facetas: el coleccionismo.
Tamayo, también dibujante y muralista, revolucionó el arte mexicano, pues supo conjugar la herencia del arte prehispánico con las vanguardias internacionales en una obra en la que conjugó el color, la perspectiva, la armonía y las texturas.
En Capilla del Arte UDLAP se presenta la muestra “Ensayo Museográfico núm. 2: de lo moderno a lo contemporáneo”. En esta exposición, venida del Museo Tamayo de Arte Contemporáneo, se integran 22 obras de 17 artistas exponentes del modernismo y del arte contemporáneo, entre los cuales destacan Picasso, Christo y el Colectivo Claire Fontaine, con obras que tienen sustento en diversas técnicas como pintura, escultura, dibujo, fotografía, instalación y textil.
Se trata de un ejercicio con el que se busca visibilizar y hacer accesibles las dos colecciones del Museo Tamayo: la colección original que conformó el propio artista a través de sus viajes y amistades, y la otra, la que perpetua la colección del pintor y muralista iniciada en los años 90 del siglo anterior, a partir de su fallecimiento, con el objetivo de reunir a los exponentes del arte de su tiempo.
Destacan dos obras del propio Rufino Tamayo: una obra que transita el arte abstracto, camino poco recurrente en la trayectoria del oaxaqueño, y un bosquejo sobre un mural, el cual se propone como un discurso abierto que lleva a pensar el arte no como un asunto acabado sino como elemento abierto que posibilita pensar en los procesos.
“Ensayo Museográfico núm. 2: de lo moderno a lo contemporáneo” podrá visitarse hasta el 4 de septiembre, de martes a domingo en un horario de 11 a 19 horas en la 2 Norte número 6, con entrada libre. Las visitas guiadas son los jueves y sábados a las 17 horas con previa cita al correo capilladelarte@udlap.mx.
El coleccionismo y otros aspectos de Tamayo
Pulcro al pintar, enamorado de su esposa, Olga Flores, a quien dedicó más de 20 óleos, juguetón y bromista, simpático y alegre, que gustaba cantar, bailar y tocar la guitarra, Rufino Tamayo tuvo una vida en la que produjo mil 300 óleos, 465 obras gráficas, como litografías y mixografías, 350 dibujos, 20 murales, así como un vitral.
“Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla (…) Ser mexicano, nutrirme en la tradición de mi tierra, pero al mismo tiempo recibir del mundo y dar al mundo cuanto pueda: este es mi credo de mexicano internacional”, decía Rufino Tamayo.
Su sobrina María Elena Bermúdez cuenta que, intrigada por el oficio del tío, un día le preguntó: “cuando llegas a un caballete, ¿ya sabes lo que vas a pintar? Y me dijo, no, nunca, eso nunca lo sé. Pero me di cuenta que cuando él entraba a pintar nunca dejaba una obra, se podía tardar todo el tiempo que fuera, hasta que se sentía satisfecho”.
Recuerda a su tío Rufino con mucho respeto, pero también “con un cariño enorme. Lo encontraba alegre, siempre dispuesto a pasarla bien, era muy bromista y muy antojadizo. Nos llevaba a tomar helados a la plaza de Coyoacán y podías ir caminando y te metía el pie”.
Daba gusto verlo feliz, aseguró su sobrina, porque se trataba de alguien simpático y alegre, a quien le encantaba tocar su guitarra, cantar y bailar, lo cual hacía muy bien, por lo que Olga siempre le organizaba reuniones para festejar de todo: cumpleaños, santos, aniversarios.
Olga Flores fue el gran amor de Rufino Tamayo. “Definitivamente, le pintó 20 óleos en toda su vida, no cualquiera te pinta 20 óleos y se quedaron juntos”, pues todo fue amor a primera vista.
De acuerdo con María Elena Bermúdez, Olga y su hermana estudiaban en el Conservatorio Nacional de Música donde vieron a un muchacho muy guapo con una guitarra y días después lo ven trepado en unos andamios pintando.
Olga se le acercó y le dijo, “esos monos que pintas no me gustan” y esa sinceridad le llegó al corazón de Tamayo. Comenzaron a salir y Olga, nuevamente tomó la iniciativa al revelarle “me gustas y contigo me quiero casar”. A los tres meses se realizó la boda.
Algo que sorprendía de Rufino Tamayo, refiere su sobrina, era la pulcritud. “Rufino donde trabajaba, él recogía sus cosas hasta el último pincel, sin dejar huella alguna de que había pintado ahí, era muy meritorio, me llamaba la atención, la pintura que es muy cochina, él llegaba a ensuciarse el mandil, sus sandalias, pero hasta ahí”.
Además, dijo, Rufino Tamayo era muy antojadizo, le gustaban los dulces y el helado; sin embargo, por problemas de gastritis, que padecía por las horas de ayuno que vivió en su juventud, había muchos alimentos que le caían pesados, pero fue por un problema pulmonar que falleció a punto de cumplir 92 años.
Todos estos detalles aparecen en el libro Los Tamayo, un cuadro de familia, que María Elena Bermúdez ahora buscará traducir al inglés y francés, pues a pesar de la importancia de la obra del pintor y que personajes como Octavio Paz y Xavier Villaurrutia reconocen sus méritos, en muchas partes del mundo no lo conocen, por lo que su sobrinos han asumido la obligación “de no dejarlo morir y luchar porque esté siempre presente”.
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Last modified: 27 junio, 2016